martes, agosto 22, 2006

El estímulo de McLuhan


J. M. Pérez Tornero*
Universidad Autónoma de Barcelona, 1987


1. La Summa Popológica

El mercado editorial norteamericano experimentó en los años sesenta lo que se conoce como el boom de “las cuatro magníficas M”: Marx, Mao, Marcuse y McLuhan[1]. Un momento de efervescencia radical que acompañó las primeras revueltas estudiantiles. Casi treinta años después cuesta comprender ese singular agrupamiento, sobre todo en lo que se refiere a la inclusión del profesor canadiense que nada tuvo de marxista, que no aspiró a ninguna revolución pero que, no obstante, acompaño estruendosamente a una generación joven que ansiaba poderosamente un cambio.

Jean Marabini[2] ha escrito que Marcuse y McLuhan “aunque diferentes en el estilo, son conscientes de un cambio profundo en la sociedad norteamericana en la que viven. Conociendo lo que América significa, este cambio interesa al mundo entero y estos dos hombres consagran la mayor parte de su existencia a observarlo e incluso a orientarlo”. Pero probablemente acaba aquí el paralelismo. El primero se situó en una tradición asentada en el freudo-marxismo y pugnó por un cambio político radical. En cambio, McLuhan casi no reconocía otro cambio social que el impuesto por la tecnología y no llegó a planificar otra estrategia que una apresurada y profunda toma de conciencia de la situación. De ahí que Herbert Marshall Mc Luhan haya podido pasar al acervo intelectual de nuestro momento como una figura ambigua: por un lado, como un profeta pesimista y moralizante que estigmatiza los contrasentidos de la evolución de la humanidad; por otro, como un ideólogo que acompaña la dominación de la tecnocracia[3].

Theodore Roszak dice de él que representa como nadie el ambiente de su época, nos dio “una sistematización casi tomista de la cultura timorata de nuestra sociedad, una verdadera Weltanschaung para el exigente connaisseur de Smilia Jack y Mae West (...) Querríamos ¿no es cierto? que la posteridad supiera que la Norteamérica de mediados de la década de 1960 tenía su lado frívolo, que el año que produjo el gobierno Johnson y la guerra del Vietnam también nos trajo Understanding Media, la Summa Popológica” (...) “Porque (McLuhan) pescó un buen sector de la comunidad intelectual justo cuando iba jugando hacia lo camp y lo pop. Ahí van los carteles de Batman y Bogart a las paredes de todas las salas de norteamérica y McLuhan a los estantes. La lata de sopa Campbeil se convierte en objeto de arte y el espectáculo de Jack Paar en tema profundo de análisis filosófico. Si vamos a tener arte pop ¿por qué no tener también metafísica pop?”[4]

2. Una explicación esquemática

Toda la obra de McLuhan fustiga la mente de su lector. Aforismos breves, razonamientos sorprendentes y arriesgados e hipótesis fundamentalmente adivinatorias no parecen buscar otro fin que el provocar una toma de conciencia sobre la brutalidad de los acontecimientos. Para el profesor canadiense el mundo se está transformando apresuradamente con el cambio de las tecnologías de la comunicación y con ello está alterándose la sensibilidad y la consciencia de la humanidad entera.

En esencia su mensaje es esquemático:

1. Los medios de comunicación son prolongaciones de la sensibilidad humana. De ahí que con cada nuevo medio se produzca una transformación de la conciencia sensible de la humanidad.

2. A lo largo de la historia se han franqueado tres etapas distintas: una primera tribal y oral en la que no existe desequilibrio entre los sentidos; una segunda en que el descubrimiento fónico y la escritura imponen el predominio del sentido de la vista sobre todos los demás, lo que generará “la destribalización, la descolectivización, la individualización, el pensamiento lineal y secuencial, el mercado, el público, la nación, el Estado centralizado, las armas modernas y, por último, la escisión entre el corazón y la mente, el dinero y la moral, el poder y la moralidad, la ciencia y el arte”[5]; una tercera dominada por la electrónica en la que se retorna al tribalismo y a una especie de aldea global sostenida por los nuevos medios de comunicación.

3. Los medios de comunicación se distinguen en calientes (radio, cine, foto) y fríos (teléfono, televisión, cómics). Los primeros ofrecen los mensajes cerrados, plenos de información; los segundos obligan a la participación sensorial y estimulan la actividad mental del espectador. La época actual, con la televisión como medio hegemónico, sería la de la participación espontánea, la de una suerte de etapa de comunión universal colectiva.

Pues bien, con este esquema y a través de un lenguaje provocativo con abundantes incursiones en la historia, en la teoría del arte, la literatura, la economía y la antropología, McLuhan crea en su obra una especie de mitopoiesis contemporánea[6] que ha llegado a alcanzar una enorme difusión y se ha convertido en tópico obligado para cualquier análisis de la comunicación de masas en la actualidad.

3. Los medios como mensaje

La célebre frase “el medio es el mensaje” ─que desgraciadamente se ha convertido en una forma extendidísima de reducción del pensamiento del autor─ revela lo más decisivo de la teoría mcluhana: su determinismo tecnológico. McLuhan es materialista en su visión de la historia, un materialismo en que el papel de la infraestructura es atribuido a las tecnologías de la comunicación. Ellas gobiernan fatalmente el destino de la humanidad, construyen la cultura, la conciencia y hasta la sensibilidad individual, pero ante ellas no hay posibilidad de réplica ni de respuesta. “Sólo cabe desconectar la electricidad ─llegará a decir─ si queremos recuperar la libertad de espíritu de antaño”[7].

El “medio como masaje” resume la misma idea de un modo más gráfico; los medios manipulan a los receptores, los mueven, conforman su personalidad y su conciencia y todo ello incluso por encima de los contenidos que puedan transmitir[8]. Los auténticos cambios introducidos por la imprenta fueron la constitución de bibliotecas, la creación de nuevas profesiones, la imposición de nuevas formas de memorización y de pensamiento ligadas a la linealidad de la escritura... así como el auténtico cambio introducido por el automóvil son las carreteras, las estaciones de servicio, el urbanismo de las ciudades y la transformación de los paisajes.

The medium is the massage es una excelente síntesis de todas estas ideas, un libro sugestivo y atractivo que resume perfectamente lo que McLuhan ha escrito en Gutenberg Galaxy (1962) y en Understanding media: The Extensions of Man (1964). Pero es, sobre todo, un libro que no ha perdido actualidad y que tiene que tenerse todavía presente en el análisis de nuestra época, porque muchas de las intuiciones del autor han venido a cobrar existencia con los años y muchas de las tendencias señaladas por él se han profundizado y acentuado.

The medium is the massage tiene además sobre las otras dos obras citadas del autor la ventaja de carecer de prurito cientificista que engolaba a aquéllas y les procuraba al mismo tiempo su mayor debilidad. El medio es el mensaje puede y debe ser leído como un ensayo, una hipótesis y no una teoría sobre los media que, como han defendido Eco, Baudrillard y Morin[9] entre otros, tendría, para ser considerada como tal, enormes deficiencias históricas, sociológicas y hasta lógicas.

La reimpresión de este libro puede contribuir en nuestro panorama intelectual a estimular la imaginación y la teorización en el estudio de la comunicación, y, seguramente, a abandonar un excesivo peso del descriptivismo sin altura, del empirismo cuantitativo o sencillamente del “refrito” bibliográfico, que son las notas dominantes de la actualidad.

* Texto incluido como epílogo a la versión española del libro de Marshall Mc Luhan y Quentin Fiore El medio es el masaje, publicado originalmente en 1967.
[1] Enrico Baragli, Dopo McLuhan, Turin, Editrice elle di Ci, 1981.
[2] Jean Marabini, Marcuse, McLuhan y la nueva revolución mundial, Valencia, Fernando Torres, 1974, pág. 15.
[3] Véase J. M. Bermudo, El mcluhanismo, ideología de la tecnocracia, Barcelona, Ediciones Picazo, 1972.
[4] Theodore Boszak, “La Summa Popológica de Marshall McLuhan”, en Raymond Rosenthal (de.), McLuhan: pro y contra. Caracas. Monteávila editores, 1969, págs. 286-296.
[5] Edgar Morin. “Para comprender a McLuhan”, en Katan y colab., Análisis de Marshall McLuhan, Barcelona, Editorial Tiempo Contemporáneo, 1969, págs. 36-44.
[6] Tom Mairm, “Mcluhanología” en Katan y colab., ob. cit., págs. 76-83.
[7] Conferencia pronunciada por McLuhan con motivo de las primeras jornadas de radio en Barcelona, 1975.
[8] Véase Pedro Sempere. La Galaxia McLuhan. Valencia. Fernando Torres, 1975.
[9] Véase Umberto Exo. Apocalípticos e integrados ante la cultura de masas, Barcelona, Lumen, 1975. Morín, art. cit. Jean Baudrillard, “Understanding media”, Katan y colab., ob. cit., págs. 26-35. Para una discusión de la obra mcluhaniana puede verse entre otros: Sidney Finkelstein, Sense & nonsense of McLuhan, Nueva York, International Publishers; 1968, y El antihumanismo de McLuhan, Madrid, Akal de., 1975; Donald E. Theali, The medium is the Rear View, Mirror: understanding McLuhan, Montreal y Londres, Mc Gill-Queen’s University Press, 1971; Raymond Rosenthal, ob. cit.; Geraid Manuel Stearn y colab., McLuhan: caliente y frío, Buenos Aires, editorial Sudamericana, 1978; Enrico Baragli, ob. cit.; Pedro Sempere, ob. cit.; y Alain Bourdin, Qué ha dicho verdaderamente McLuhan, Madrid, Doncel, 1973.

El aula sin muros


Marshall McLuhan*

Hoy resulta natural hablar de “auxiliares audiovisuales” para la enseñanza, ya que seguimos pensando que el libro constituye la norma y los otros medios son incidentales. Pensamos también en los nuevos medios (prensa, radio y televisión) como medios de comunicación de masas y en el libro como forma individualista, porque el libro aísla al lector y ha contribuido a crear el “yo” occidental. Sin embargo, el libro fue el primer producto de una producción para la masa.

Mediante este producto todo el mundo podía tener los mismos libros. En la Edad Media era imposible que los distintos estudiantes y las distintas instituciones tuvieran ejemplares del mismo libro. Los manuscritos y los comentarios se dictaban. Los estudiantes aprendían los textos de memoria. La instrucción era casi totalmente oral y se hacía por grupos. El estudio solitario se reservaba al erudito avanzado. Los primero libros impresos constituyeron “subsidiarios visuales” para la instrucción oral.

Antes de que apareciera la imprenta, los jóvenes aprendían escuchando, mirando, actuando. De este modo aprendían también, hasta hace poco tiempo, los niños campesinos de nuestros países el lenguaje y los conocimientos de sus mayores. La enseñanza tenía lugar fuera de las aulas. Solamente aquéllos que querían hacer una carrera profesional iban a la escuela. Hoy en nuestras ciudades, la mayor parte de la enseñanza tiene lugar fuera de la escuela. La cantidad de información comunicada por la prensa, las revistas, las películas, la televisión y la radio, exceden en gran medida a la cantidad de información comunicada por la instrucción y los textos en la escuela. Este desafío ha destruido el monopolio del libro como ayuda a la enseñanza y ha derribado los propios muros de las aulas de modo tan repentino que estamos confundidos, desconcertados.

En esta situación social profundamente trastornada, es natural que muchos maestros consideren los nuevos medios de comunicación como una forma de entretenimiento más que como auténtica educación. Pero esto no resulta convincente para quien estudie el problema. No se encontraría a un sólo clásico que no fuera considerado originalmente como entretenimiento ligero. Casi todas las obras vernáculas fueron así juzgadas hasta el siglo XIX.

Muchas películas se realizan hoy con un grado de penetración y de madurez que alcanza el nivel de los textos escolares. El Enrique V y el Ricardo III de Olivier reúnen una riqueza cultural y artística que revela a Shakespeare a un nivel muy alto, aunque de una forma de la que pueden disfrutar fácilmente los jóvenes.

La película es a la representación teatral lo que el libro fue al manuscrito. Pone a disposición de muchos en muchos momentos y lugares lo que de otro modo quedaría restringido a unos pocos y a pocos momentos y lugares. La película, igual que el libro, es un mecanismo de duplicación. La televisión es contemplada simultáneamente por cincuenta millones de espectadores. Algunos creen que el valor de experimentación de un libro disminuye al extenderse a muchas mentes. Esta noción está siempre implícita en las frases medios de comunicación de masas, diversión para las masas, frases carentes de utilidad que no tienen en cuenta el hecho de que el idioma inglés o el español constituyen igualmente un medio de comunicación de masas.

Hoy empezamos a darnos cuenta de que los nuevos medios no son simplemente una gimnasia mecánica para crear mundos de ilusión, sino nuevos lenguajes con un nuevo y único poder de expresión. Históricamente, los recursos del idioma inglés han sido configurados y expresados en formas constantemente nuevas y cambiantes. La imprenta cambió no sólo el volumen de la escritura sino también el carácter del lenguaje y las relaciones entre el autor y el público. La radio, el cine, y la televisión llevaron al idioma inglés escrito hacia la espontaneidad y la libertad del idioma hablado. Nos ayudaron a recuperar la intensa conciencia del lenguaje social y del gesto corporal. Si estos medios de comunicación de masas nos sirvieran solamente para debilitar o corromper niveles anteriormente alcanzados de la cultura verbal y de la imagen, no sería porque haya en ellas nada inherentemente malo. Sería porque no hemos podido dominarlas como nuevos lenguajes para integrarlas en la herencia cultural global.

Cuando se analizan cuidadosamente estos avances, se hace patente que determinan una estrategia cultural básica para la enseñanza. Cuando apareció el libro impreso, amenazó los procedimientos orales de la enseñanza y creó la escuela tan como la conocemos. En lugar de preparar su propio texto, su propio diccionario, su propia gramática, el estudiante empezaba a trabajar con estos instrumentos. Podía estudiar no sólo uno sino varios lenguajes. Hoy estos nuevos medios de comunicación amenazan, en vez de reforzar, los procedimientos tradicionales de la escuela. Es habitual contestar a esta amenaza con denuncias sobre el desgraciado carácter y efecto de las películas y de la televisión, del mismo modo que se temió y se desdeñó el comic, expulsándolo de las aulas. Sus buenas y malas características de forma y contenido, conjuntados cuidadosamente con otros tipos de artes y de técnicas narrativas, podían haberse convertido en un importante instrumento para el maestro.

El punto en que se centra el interés de los estudiantes es el punto natural en que debe tener lugar la elucidación de otros problemas e intereses. La tarea educativa no es exclusivamente proporcionar instrumentos básicos de percepción, sino también desarrollar el razonamiento y la facultad de discriminación con la experiencia social normal.

Muy pocos son los estudiantes que llegan a tener capacidad para analizar los periódicos. Menos todavía saben examinar inteligentemente una película. Saberse expresar y tener capacidad de distinguir en asuntos cotidianos y en materia de información es sin duda el distintivo del hombre educado. Es erróneo suponer que existe una diferencia básica entre la educación y la diversión. Esta distinción no hace más que liberar a la gente de su responsabilidad de entrar en el fondo del asunto. Es lo mismo que establecer una distinción entre la poesía didáctica y la poesía lírica basándose en que la una enseña y la otra divierte. Y, sin embargo, nunca ha dejado de ser cierto que lo que agrada, enseña de modo mucho más efectivo.

* Mc Luhan, Marshall, “El aula sin muros”, en Carpenter, Edmund y Mc Luhan, Marshall: El aula sin muros. Barcelona, Laia, 1981, pp. 237-237.